Arquetipo de La Gran Madre

Los símbolos son la Virgen María, nuestra propia madre, una mujer divina, una mujer vieja o de edad indeterminada, la Tierra, una gruta azul, el mar, una ballena, una caverna. Cualquiera que sea la imagen, suele contener un gran sentido religioso o edificante en el sentido espiritual. En definitiva, nuestra madre ha sido nuestro ser más poderoso en el mundo de nuestros primeros años. ¿Admiraba ella a los cazadores? En ese caso estábamos prontos a matar dragones y a purificar el mundo. ¿La abrumaba el peso del mundo? Seríamos entonces portadores de paz y alegría para ella.

Los símbolos de la madre no sólo representan nuestra relación con ella, sino además cómo influye en nuestro desarrollo hacia la independencia. Cuando somos muy pequeños la conciencia del propio ser no tiene existencia separada de la madre. La separación gradual del sentido de uno mismo es difícil. En algunos nunca se alcanza, aunque exista separación física. La madre, o el sentido de la madre en su interior, continúa dirigiendo las decisiones de estas personas. El conocido dicho “A mi mamá no le gustaría” tiene su importancia. En muchas culturas más viejas esta ruptura se realizaba mediante los acostumbrados ritos de la tribu. Hoy debemos encarar solos estas sutilezas de la psiquis. La mujer debe encontrar la forma de transformar el placer encontrado en el pecho materno o bien la falta de él, en amor por un hombre. Si no puede hacerlo, deseará quizá volver al pecho de otra mujer, o bien ser el hombre que su propio padre no fue para ella. El hombre debe encontrar la forma de transformar su deseo inconsciente por su madre en amor hacia otra mujer que sea más que un ser dependiente o un bebé o joven exigente. Si no lo consigue, podrá buscar a su madre en una mujer que se le parezca, sin saber quién es esa mujer como persona real. Finalmente la aceptación de nuestra madre como realmente es, es decir, un ser humano, es previa a la aceptación de nosotros mismos tal como somos.

Los símbolos de la Gran Madre encierran nuestro conocimiento, por inconsciente que sea, de las fuerzas de la naturaleza activas en nosotros. Dichas fuerzas, a menudo disfrazadas bajo el aspecto de una hermosa mujer que baila o nos llama, son muchas veces peligrosas a la vez que maravillosas. La danza de nuestra naturaleza es inconsciente. Si nos ponemos en su camino nos destruirá bajo sus talones sin dejar de bailar con perfección. Encarar ese aspecto de nosotros mismos requiere que mostremos admiración y a la vez imaginación. Para el hombre el peligro puede consistir en que pierda el rumbo en su deseo de poseer todas las mujeres o bien una sola. En el caso de la mujer, en convertirse en una prostituta intelectual al suponer que puede valorizarlo todo por medio de su útero.

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