Individuación

Una de las líneas de pensamiento más interesantes de Carl Jung es la de la individuación. En forma resumida este término se refiere a los procesos involucrados en el hecho de convertirse en un ser humano con conciencia de sí mismo. El aspecto de nuestro ser al que nos referimos cuando decimos “yo”, “mí” o “yo mismo” es nuestra autoconciencia consciente, nuestro sentido de nosotros mismos, al que Jung llama “ego”.

La autobiografía de Helen Keller ha sido de gran utilidad para comprender culpuedd ser la diferencia entre un animal y un ser humano con conciencia de sí mismo. Helen Keller, ciega y sorda a causa de una enfermedad antes de haber aprendido a hablar, vivió en un mundo inconsciente de tinieblas y sin conciencia de sí misma hasta los siete años, cuando se le enseñó el lenguaje de los sordomudos. Al principio, los dedos de su maestra eran una simple experiencia táctil sin significado alguno. Entonces, quizá porque había aprendido una sola palabra antes de su enfermedad, el significado inundó de luz su oscuridad. Nos cuenta que “la nada se borró”. Por medio del lenguaje se convirtió en una persona y desarrolló un sentido de sí misma, mientras que antes no había habido nada.

El trayecto de la individuación es no sólo el de convertirse en una persona, sino además el de expandir los límites de lo que podemos permitirnos experimentar como ego. Como nos ha indicado la observación de los sueños, pero en mayor grado aún la extensa exploración de su contenido emocional, nuestro ego tiene conciencia de sólo una pequeña área de experiencia. Puede ocurrir que apenas se perciben los procesos de vida fundamentales.

Entre muchas mujeres de hoy se alude al impulso reproductivo como algo que tiene poca conexión con su personalidad. Pocos tienen un contacto vivo y afectivo con los primeros años de su infancia y en verdad muy pocos creen que dicha conexión sea posible. En vista de estos factores podemos decir que el ego existe como un área reducida y encapsulada de la conciencia, rodeada de áreas enormes de experiencia inadvertidas por él.

En grado diferente existe en cada uno de nosotros un impulso hacia el desarrollo de nuestra conciencia de nosotros mismos, hacia un mayor poder y una mayor inclusión de las zonas de nuestro ser que se mantienen inconscientes. Nos vemos aquí frente a una paradoja, porque el impulso es hacia la integración, aunque la individuación es también el proceso hacia una mayor diferenciación del yo. El proceso es espontáneo, como lo es el crecimiento de un árbol desde su semilla (el árbol suele representar en los sueños este proceso de conversión del yo), pero nuestra responsabilidad personal en nuestro proceso de crecimiento es necesaria en determinada etapa, con el fin de hacer consciente lo que es inconsciente.

Como los sueños expresan constantemente aspectos de la individuación, es conveniente conocer las áreas principales del proceso. Sin adherir en forma rígida a los conceptos junguianos —que consideran que la individuación tiene lugar a partir de la mitad de la vida,’ en unos pocos individuos—, los aspectos de algunas de las etapas principales son los siguientes. Primera infancia: aparición de la conciencia de uno mismo, pasando por niveles de experiencia profundamente biológicos, sensuales y gestuales, todos hondamente sentidos; lás respuestas sentidas al emerger de un mundo que no cambia, dentro del útero, y pasar a experimentar la necesidad de moverse buscando alimento y hacer conocer otras necesidades. Aprender a manejar un ambiente que cambia y ser el otro en términos de relaciones.

Infancia: aprendizaje de habilidades básicas motoras, verbales y sociales; la base misma de la independencia física y emocional. Aquí encaramos la búsqueda de la fuerza necesaria para escapar a la dominación de la madre —difícil, ya que dependemos de un progenitor en términos muy reales— y desarrollar en la psiquis una relación sexual satisfactoria. En la simbología de los sueños significa para el hombre una relación sexual cómoda con las figuras femeninas del sueño y un modo de manejarse frente a las figuras masculinas en competencia (padre); ver sexualidad en los sueños. El sueño con una hermosa mujer mística precede esta etapa, es una figura femenina con la que nos unimos en un sentido idealista, pero que nunca es sexual. El conflicto con el padre —en realidad la lucha interior con nuestra imagen del padre como más potente que nosotros— se convierte, una vez resuelto, en una aceptación del poder de nuestra propia masculinidad. Las mujeres se ven frente a una situación algo diferente. El primer objeto de amor profundamente sensual y sexual —en una relación progenitor-hija bien establecida— ha sido su madre. En consecuencia, cualquier amor que sienta por un hombre tiene como base el amor por una mujer. En cambio el hombre, en un amor sexual, en lo profundo de su psiquis, puede saber que está haciéndole el amor a su madre, mientras que una mujer en la misma situación puede hallar su objeto de amor en su padre o en su madre. En las motivaciones inconscientes que nos llevan a elegir pareja, el hombre está influido por la relación que desarrolló con su madre. La mujer lo está tanto por el padre como por la madre.

Ejemplo: “Fui a la casa de enfrente, donde vivía la hermana de mi madre. Quería abrazarla y tocarle los pechos, pero nunca parecíamos llegar a esto. Siempre había interrupciones y bloqueos”. (Sid L.) En estos niveles profundos de la fantasía y el deseo debemos admitir que la primera experiencia sexual tiene lugar, o por lo menos así lo esperamos, en el pecho materno. Esto puede transformarse más tarde en fantasías/sueños/deseos del pene en la boca o en la vagina, o el pene como pecho, la boca como vagina. Para la mayoría de nosotros, no obstante, el crecimiento hacia la madurez no se presenta en formas sexuales tan primitivas, simplemente porque en buena parte no somos conscientes de esos factores. En general encaramos la tarea de crearnos una imagen de nosotros mismos con las influencias ricas o traumáticas de nuestra experiencia. Aprendemos a ponernos de pie tan bien como podemos, entre el conjunto de impresiones, ideas, influencias e impulsos que constituyen nuestra vida y nuestro cuerpo. Lo que heredamos, lo que experimentamos y lo que hacemos con todo ello crea lo que somos.

Uno de los temas principales de la individuación es el trayecto desde la unión y la dependencia hacia la independencia y la separación comprometida. Se trata de un tema que vamos madurando durante toda nuestra vida. En su sentido más amplio es parte del hecho de que los orígenes de nuestra conciencia serencuentran en un estado de existencia no diferenciado, en el cual no hay un sentido del “yo”. Desde esta condición uterina se desarrollan gradualmente un ego y una elección personal. En realidad podemos volcarnos a un extremo de egoísmo y de sentimientos materialistas de independencia del prójimo y de la naturaleza. Los comienzos observables de este movimiento hacia la independencia aparecen como nuestra tentativa de llegar a ser independientes de nuestros padres. Pero la independencia tiene muchas caras: podemos tener una relación de dependencia con nuestro marido o nuestra mujer; podemos depender de nuestro trabajo o posición social para la confianza en nosotros mismos. Nuestra juventud y belleza física pueden ser los factores de los cuales dependemos para nuestro sentido de quienes somos, de nuestra imagen de nosotros mismos. Al aproximarse la edad madura y la vejez nos encontraremos entonces en una crisis en que ser independientes de estos factores es esencial para nuestro equilibrio psicológico. La práctica hindú de convertirse en un sanyassin, renunciando a familia, nombre, prestigio social, bienes, es una manera de encarar la necesidad de una independencia interior frente a ellos y de afrontar la vejez y la muerte en forma positiva. La mayoría de los seres humanos las encaran de un modo más tranquilo, menos demostrativo. En verdad cabría considerar la muerte como el mayor desafío a nuestra identificación con el cuerpo, la familia y el prestigio mundano como medios para lograr la identidad. Abandonamos este mundo desnudos, salvo por la calidad de nuestro propio ser.

El encuentro con nosotros mismos y con nuestra responsabilidad es otro tema de la individuación. El hecho de que nuestro yo en estado de vigilia es un pequeño foco de conciencia en medio de un enorme océano de procesos vitales inconscientes crea una situación de tensión, y por cierto un umbral o “cortina de hierro” entre lo conocido y lo desconocido. Si imaginamos la zona iluminada de nuestra persona como un lugar en el que estamos de pie, la individuación es el proceso de extender la frontera de la conciencia y aun de dirigir de vez en cuando el foco hacia la penumbra que nos rodea. De esta forma colocamos juntas impresiones de lo que la luz había revelado del paisaje en el cual estamos, claves en cuanto a cómo llegamos al lugar donde estamos y cómo nos relacionamos con todo. Sin embargo nuestro yo puede quedarse o elegir quedarse en buena parte inconsciente. Puede defenderse mediante nuestro deseo de no saber qué nos motiva en realidad y qué heridas o rencores pasados ocultamos. Puede resultarnos más fácil vivir con un Dios o una autoridad exteriores que reconocer la necesidad final de nuestra responsabilidad y crecimiento. Para ocultarse, la humanidad ha desarrollado una infinidad de vías de escape, como la práctica religiosa exteriorizada o los chivos emisarios de otros individuos o grupos minoritarios, la creencia rígida en un sistema o filosofía política, la busca de samadhi o Dios como solución final, o el suicidio. Este aspecto de nuestro proceso de maduración aparece como la paradoja (común en la madurez) de volvernos más escépticos y al mismo tiempo hallar un sentido más profundo de nosotros mismos en conexión con el cosmos. Perdemos al Dios y las creencias de la infancia de la humanidad, pero a la vez somos el Dios que buscábamos. Este encuentro con nosotros mismos en todo su sentido de profunda conexión, su incertidumbre, su poder vulnerable, no deja de incluir dolor y dicha.

Ejemplo: “En la plataforma del tren se arremolinaban muchísimas personas, todos hombres, creo. Todos estaban andrajosos, delgados, sucios, sin afeitar. Yo sabía que estaba entre ellos. Miré hacia arriba, a la ladera de la montaña, y allí había un guardián que nos vigilaba. Tenía un aspecto cruel, oriental, y vestía ropa militar de color oliva. En su gorra con visera había una estrella roja y tenía una ametralladora. Entonces miré a todos los hombres a mi alrededor y vi que todos eran yo. Cada uno tenía mi misma cara. Estaba viéndome a mí mismo. Entonces tuve temor y terror.” (Anónimo.)

El último de los grandes temas de la individuación aparece resumido en las palabras de William Blake: “Debo crear un Sistema, o ser esclavizado por el de otro Hombre; no Razonará ni Compararé; mi tarea es Crear”. Una función observable en los sueños es la de escudriñar nuestra masiva experiencia de vida (hasta la de un niño contiene millones de informaciones para ver qué dice de la vida y de la supervivencia). De todo esto creamos inconscientemente una filosofía de lo que significa la vida para nosotros. Está conformada no sólo por lo que hemos experimentado y aprendido en un sentido general, sino además por los datos ocultos en los tesoros culturales heredados en nuestra literatura, música, arte, teatro y arquitectura. Utilizamos la palabra “oculto” porque el inconsciente “lee” la información simbolizada en estas fuentes. Es, en definitiva, dueño de la imaginación en los sueños. Pero a menos que ampliemos las fronteras de nuestra conciencia, podemos no llegar a conocer a este filósofo interior. Si llegamos a conocerlo por la vía de los sueños, nos sorprenderá la belleza de sus visiones profundas dentro de la vida cotidiana de los hombres.

En relación con esto existe en nosotros una ansiedad de ser y tal vez de procrearnos en el mundo. A veces experimentamos con un sentido de frustración el hecho de que haya más de nosotros de lo que hemos podido expresar o dotar de realidad. Mientras que la procreación física puede verse como un impulso de sobrevivir físicamente, esta ansia de crear en otras esferas puede ser la de sobrevivir a la muerte como identidades. Con frecuencia los sueños dan la idea de que nuestra forma de superar la muerte se presenta sólo en aquello que hemos dado de nosotros a los demás.

Ver individuation

Copyright © 1999-2010 Tony Crisp | All rights reserved