Inconsciente
Como los sueños surgen al parecer de lo que se ha llamado el inconsciente, es útil comprender ciertos conceptos sobre él, así como algo acerca de su naturaleza.
En las culturas antiguas hallamos ocasionalmente indicios relacionados con el inconsciente, pero no declaraciones concretas como las presentadas por Freud. En las teorías de los sueños elaboradas por los indígenas iroqueses de América del Norte, los sueños hacen saber los deseos ocultos o inconscientes del sector de la psiquis. (Ver culto iroqués de los sueños.) Las historias griegas sobre el mundo subterráneo también describen con claridad actividades inconscientes comunes.
En general, no obstante, muchos pueblos de la antigüedad desarrollaron conceptos sobre agentes exteriores como diablos, espíritus, ángeles y dioses para explicar los fenómenos que hoy conectamos con el inconsciente. El primer filósofo que se expresó en términos claros en cuanto al carácter inconsciente de una parte de nuestra mente fue Leibnitz. Según observó, a menudo recordamos en una fecha posterior algún detalle de la experiencia en el cual no habíamos reparado en el momento. Cabe inferir, entonces, que lo habíamos observado en forma inconsciente. Por consiguiente, en general la palabra incluye cualquier cosa de la que no tenemos conciencia en nuestro ser.
El concepto de Freud sobre un elemento inconsciente en la naturaleza humana que influye en la conducta consciente fue objeto de gran resistencia. Para muchos era inquietante y además ponía en tela de juicio la idea del hombre como “capitán de su alma”. El equívoco que postula Freud se ha convertido en uno de los ejemplos populares de la influencia del inconsciente. Decir a los invitados que llegan a nuestra casa: “Lamento tanto, no, quiero decir me alegro tanto de que hayan venido”, sugiere que nuestro verdadero sentimiento era de pesar por la visita, no alegría. Sin embargo, tales deslices verbales pueden considerarse como intentos de ocultar nuestros verdaderos sentimientos, en lugar de prueba de motivaciones inconscientes.
Si tomamos en cuenta no sólo los enfoques sobre el inconsciente de Freud y de Jung sino además otros resultados de investigaciones más recientes, debemos tomar el término inconsciente como representativo de muchos aspectos y funciones del yo, más que como algo que sea posible definir con toda claridad. En consecuencia podemos pensar en el término como semejante a la palabra cuerpo, que abarca todo un espectro de órganos, funciones, procesos químicos, fenómenos neurológicos, sistemas, actividades celulares y, además, nuestra experiencia de los mismos.
Memoria: los experimentos de Penfield con la memoria, junto con el aspecto experimental de la psicología humanista, sugieren que la mayoría, aunque no todas nuestras experiencias, se retienen en un nivel de memoria al que no tenemos acceso, salvo rara vez. Nuestra experiencia diaria de llegar a distintas partes de nuestra memoria y sólo excepcionalmente alcanzar otras partes es un ejemplo. Se ha demostrado que hasta la vida prenatal deja recuerdo, aunque éste no es verbal. La palabra “inconsciente” puede referirse a estos recuerdos a los que tenemos poco acceso o que no hemos podido recordar desde su registro, pero que es posible recordar en circunstancias especiales.
Comunicación: una cuidadosa investigación de la palabra indica que hacemos uso sin cesar de un milagro de mecanismo mental cuando nos comunicamos mutuamente. Cada oración que oímos es objeto de una inmensidad de formas de análisis. Se toma cada palabra y se busca un significado. Éste se compara con otros, según el contexto de la oración, la dirección del diálogo, el que habla y su tono. Con una velocidad increíble formulamos nuestra respuesta, con búsqueda y comparación semejantes, así como filtros que controlan la situación social, estado de ánimo, categoría de la persona a quien nos dirigimos, etc. Todo esto tiene lugar en forma casi inadvertida, de modo que podemos conside-rarlo como proceso del inconsciente. Los factores que rigen a los sujetos aludidos y la elección de las palabras son también en parte inconscientes.
Procesamiento de la información: según la teoría actual, el volumen de información que puede reunir el cerebro supera el de todos los libros de la biblioteca del Museo Británico. Gradualmente se establece que la información reunida no es simplemente lo que aprendemos mediante la comunicación o lo que leemos o intentamos aprender. En realidad, antes del discurso se ha compilado una cantidad inimaginable de datos, proceso que continúa a una velocidad también inimaginable antes de la edad escolar. Imaginemos a un niño de edad preescolar que llega a un jardín. Poco a poco ha aprendido a relacionarse con sus movimientos musculares, su equilibrio y sus propias motivaciones y reacciones afectivas. Ha captado ya millares de fragmentos de “información” sobre cosas tales como las plantas del jardín, el gato del vecino, la calle, los posibles peligros, las zonas seguras. Ha absorbido ya extraordinarias cantidades relacionadas con las interrelaciones. Es probable que haya una ideade “realidad”, en el sentido de lo que es probable, y que se haya formado una idea también de lo que podría estar peligrosamente fuera de las normas. Juntamos información de maneras poco reconocibles. Cómo se relacionan nuestros padres con su medio y con otras personas, todo queda registrado y aprendido y es origen de una enorme programación que afecta la forma en que actuamos en circunstancias semejantes.
Como explicamos en la sección sueños como guía espiritual, tenemos gran capacidad para leer “símbolos”, rituales, arte, música, lenguaje corporal, arquitectura, drama, y para extraer “significado” de ellos, por lo cual contamos con reservas inmensas en estas fuentes. El trabajo realizado con personas que exploran sus sueños durante períodos prolongados sugiere que algunos de estos medios de información nunca se enfocan lo suficiente como para hacer consciente lo que realmente hemos aprendido. A veces sólo basta formularnos una pregunta para que comiencen a entrar en foco algunos de estos recursos. Preguntas como: “¿Qué actitud y respuesta social frente a la autoridad aprendí en la escuela’?”, “¿Qué reacción afectiva tengo en presencia de alguien a quien conozco bien?”, pueden llevar al plano consciente aspectos de información que están ya reunidos, pero permanecen inconscientes. Cabría explicar así por qué tenemos menos respuestas efectivas aparentemente irracionales frente a ciertas personas o situaciones.
Cuerpo: mucho de lo que llamamos el inconsciente consiste en funciones fisiológicas y psicológicas básicas. En una casa moderna, por ejemplo, cuando hacemos correr el agua en el inodoro no necesitamos traer un balde de agua y volver a llenar el depósito, sino que un mecanismo autorregulador permite el llenado y se detiene cuando el depósito está completo.Se trata de una ingeniosa función ya incluida, que en una época era necesario realizar en forma manual. Hoy vemos la instalación en algunos edificios de extinguidores contra el fuego o sistemas de alarma contra robos. Del mismo modo, por medio de la acción. desplegada sin cesar durante millares o millones de años, muchas funciones básicas o que entraban en actividad en casos de emergencia han quedado incorporadas a nuestra persona. No nos hace falta pensar en ellas, así como tampoco necesitamos dar aviso al sistema contra incendios o al inodoro cada vez que los necesitamos. Son, én consecuencia, inconscientes.
En el caso de los animales, la investigación relacionada con recompensas y reflejos condicionados ha demostrado que si llevamos a un animal a cumplir una acción determinada mediante una recompensa, cada vez que se aproxima más a la meta es capaz de hacer las cosas más sorprendentes. Puede aumentar la circulación sanguínea hacia su oreja, disminuir su ritmo cardíaco y en verdad influir en funciones corporales consideradas hasta ahora completamente involuntarias. Aunque algunos seres humanos han aprendido a utilizar varias de estas técnicas —como elevar a voluntad la temperatura de un brazo o contribuir a aumentar la eficiencia del sistema de inmunidad—, los procesos en sí continúan siendo inconscientes. En general, no obstante, se consideran las funciones corporales como apartadas de nuestra conciencia y también lo está uno de los sectores del inconsciente.
Comportamientos y hábitos de las especies: como especie el hombre tiene ciertas normas de conducta, muchas de las cuales compartimos con otros animales. Tendemos a buscar pareja en el sexo opuesto y a tener hijos. Cuidamos a nuestros hijos. Tenemos sentimientos intensos frente a nuestro territorio. En los grupos esto se convierte en nacionalismo y, al igual que las hormigas o cualquier otro grupo de animales, luchamos por defender dicho territorio. Elegimos líderes y tenemos rituales complicados respecto del prestigio grupal o de la dignidad personal. Buscamos signos exteriores de nuestra propia categoría y, siempre que ello es posible, los exteriorizamos.
Es frecuente que al conversar con otros individuos apenas sea posible reconocer estos impulsos. Sin embargo, tienen poder suficiente cuando se los manipula para reunir enormes ejércitos de gente que de inmediato marcha hacia la muerte. También están presentes detrás de la intensa hostilidad entre vecinos y naciones. Aunque son irracionales y no sirven a nuestros mejores intereses, millones de nosotros podemos movilizarnos bajo sus órdenes, como si no tuviésemos voluntad propia. Aunque los sentimientos detrás de ellos sólo rara vez son objeto de reconocimiento por nuestro yo consciente, suelen ser elevados a la categoría religiosa. El impulso de procrear, la elección de líderes, el deseo de ser padres y criar hijos, se observan todos en la religión cristiana como los esqueletos bajo mantos y rituales. ¿Por qué prohíbe el catolicismo el preservativo y el divorcio, hace del Papa una figura gigantesca, venera a una mujer con un niño en los brazos, si todo ello no obedece a esos grandes impulsos y presiones biológicas?
Los sueños revelan que mucho de la vida humana surge de estos patrones que están dentro de nosotros, sin que tengamos conciencia de ellos por ser inconscientes. A menudo veneramos la “norma” de estos patrones y la elevamos desde el punto de vista religioso o político a un nivel de enorme importancia. El problema es que muchos de estos patrones no nos sirven ya con tanta eficacia. Son hábitos desarrollados a través de milenios o millones de años de repetición. Mientras permanecen en el plano inconsciente nos resulta difícil darles una nueva dirección o admitir siquiera su influencia en nuestra vida.
Existen, desde luego, muchos otros aspectos del inconsciente, como los recuerdos traumáticos de la infancia, el proceso de los sueños, el de formación de imágenes y el aparato sensorial. Es suficiente para comenzar si reconocemos que buena parte de nosotros mismos y de nuestro potencial continúa siendo desconocida para nosotros, porque es aún inconsciente, o parte de nuestros procesos inconscientes.
Ver the unconscious