El mundo de los sueños

Cuando dormimos y soñamos entramos en un mundo de experiencia totalmente distinto del que nos rodea cuando estamos despiertos. Sería absurdo intentar respirar bajo el agua en el mundo físico, pero en los sueños no sólo es posible., sino que muchos lo sueñan. En los sueños podemos volar. Podemos hacer el amor a hombres o mujeres a nuestro antojo, sin temer consecuencias sociales o físicas. En los sueños es posible morir una y otra vez. Los muertos renacen y es posible cambiar el mundo que nos rodea simplemente cambiando de actitud. Un monstruo que nos persigue en un momento puede transformarse en un instante en un amigo predilecto por haber cambiado nosotros nuestro miedo de amar.

En los sueños nuestros temores más profundos y nuestros anhelos adquieren su propia vida exterior en las formas de personas, objetos y lugares con que soñamos. Así, nuestro impulso sexual puede aparecer como una persona y la forma en que nos relacionamos con ella, o bien manifestarse de determinada forma y color, como objeto, o en fin, adquirir modalidad como escena. Nuestro sentido de ambición puede representarse como un hombre de negocios, los cambios en nuestras emociones como el mar o un río, mientras que la relación actual con nuestras ambiciones o emociones se expresa en los episodios, o bien en la trama de nuestro sueño.

Un sueño representa una parte de nosotros, como por ejemplo la ambición; es algo que experimentamos, externo a nosotros, en lugar de ser algo que somos. Al mostrar nuestros deseos o temores como personas o lugares externos a nosotros, nuestros sueños pueden reflejar un hecho extraño, por ejemplo: mientras aunque el amor que sintamos hacia otras personas está íntimamente arraigado, podemos hallar tal sentimiento difícil de soportar, como ocurre cuando, siendo casados, nos enamoramos de otra persona. Cuando soñamos, las sutilezas de estos dilemas adquieren forma dramática, y el hecho de observar nuestro dilema como si fuese una obra teatral tiene ventajas muy concretas. Los diversos factores de nuestra situación, como nuestros sentimientos hacia nuestro cónyuge, nuestro amor por la nueva pareja y las presiones sociales (por ejemplo, las reacciones de nuestra familia) pueden muy bien manifestarse como otras tantas personas en nuestro sueño. Podemos, entonces, percibir a estas personas como separadas de nuestro yo central, pero además definimos en la acción del sueño cómo nos relacionamos con ellas. Lo que es más importante aún es poder explorar sin peligro posibles formas de vivir teniendo en cuenta esos factores involucrados, o bien cambiarlos.

Tal exteriorización de sentimientos profundos es clara en el sueño del teléfono que nadie contesta y en el de la farmacia Boots en quiebra, con su acoplado que cae. Los sueños pueden presentarse así, porque con frecuencia reflejan partes íntimas de nuestra personalidad de las cuales nunca hemos estado enteramente conscientes, o bien no hemos verbalizado. En otros términos, por no haber tal vez reconocido o sentido ciertos aspectos de nuestros sentimientos, no podemos captarlos en nuestra calidad de seres pensantes y perceptivos. No podemos verlos con nuestros ojos, palparlos con nuestros dedos u olerlos, para no hablar ya de pensar en ellos. Después de todo son desconocidos y no tienen forma. Pero un sueño puede representar algo que todavía no ha sido puesto en palabras ni organizado en pensamiento consciente. La mujer que sueña con establecer contacto con su marido muerto no ha reconocido del todo, posiblemente, su pregunta: “¿Por qué me dejó?”. Poder pensar en aspectos delicados de nuestra experiencia es una importante facultad, más todavía cuando la sumamos a otros medios de obtener información y a una visión interior. De esta manera los sueños pueden llamar nuestra atención sobre aspectos de nuestro ser que de otro modo nunca habríamos conocido. En este sentido un sueño es un órgano sensorial más que investiga zonas que no podríamos quizás analizar de otro modo.

Que la persona exterior u objeto del sueño está constituido en realidad por los propios sentimientos interiores y la estructura mental de quien sueña es algo difícil de creer o siquiera captar. Un sueño inusual que presentamos a continuación puede ayudarnos a desarrollar el concepto. Afirmamos que es inusual porque rara vez quienes sueñan pueden admitir que el mundo aparecido en dicho sueño como externo expresa en realidad.’ sus propios sentimientos, ideas y funciones psicobiológicas. El protagonista A.B. es un hombre de más de cincuenta años, y sueña que en su jardín ha descubierto una inmensa planta de cardo, tan grande como un árbol.

“Contemplo el tronco del cardo y lo examino. En este punto es un árbol inmenso de madera dura. Arranco una ramita y huele muy bien, como una madera perfumada. Otras ramas empiezan a pudrirse. Voy a la parte de atrás del árbol para ver si la corteza está podrida. Advierto un agujero donde hay una colonia de abejas o avispas. Extiendo la mano izquierda para tocar la corteza, y al hacerlo veo que hay también un agujero en el dorso de mi mano, del cual entran y salen volando avispas. Horrorizado miro el agujero y veo avispas que me devoran la carne, de tal manera que mi mano está casi hueca. Me despierto con la sensación de ser viejo y decrépito.”

Lo que es de particular importancia en este sueño es el punto de transición en el que el hombre que sueña pasa de ver el agujero en el árbol a ver el agujero en su mano. Algunas de las palabras clave en el sueño son “examino”, “advierto”, “un agujero”, “veo” y “la sensación de ser viejo y decrépito”. Si volcamos esto a una oración única tenemos: “Al examinarme advierto un ‘agujero’, o vacío en mí. Al contemplarlo experimento una sensación de ser viejo y decrépito”.

Al mirarse la mano y advertir que había un agujero en su vida, A.B. tomó nota de lo que sentía. Poco antes del sueño había experimentado una gran ansiedad acerca de si su matrimonio estaba resquebrajándose. El sueño le hizo ver que las ideas y emociones mezquinas estaban carcomiendo su confianza en sí mismo, llevándolo a sentir que estaba listo para el tacho de basura, por haber pasado ya su período de “utilidad”. El sueño había representado sus emociones como avispas. Pudo ver entonces que, si abrigaba tales sentimientos, podrían sin duda carcomer su dominio sobre la propia vida. Vio asimismo que como persona sólo abrigaba ideas y emociones, simplemente lo que pensaba y sentía sobre la realidad, pero no la realidad misma. Dependía de él cómo deseaba que fuese dicha realidad. ¿Deseaba aceptar la realidad del hombre viejo y cansado que no podía ya satisfacer la necesidad de amor y compañía de su mujer, además de no tener nada que mereciese la pena ofrecer a los demás? Si permitía que aquellos sentimientos lo dominasen, con toda certeza se convertirían en realidad. Había imaginado su vida como un cardo gigantesco, pero al considerarla más de cerca descubría que era un árbol enorme de madera dura. En verdad tenía ramas que era necesario podar, pero el resto del árbol estaba sano y era perfumado, despertando buenos sentimientos en los demás. En consecuencia decidió volcar más amor y solicitud en su vida y su matrimonio, en lugar de esas dudas de sí mismo y ese sentido de derrota.

Cuando comprendemos cada aspecto del sueño, cada emoción, cada escenario y cada ambiente como materializaciones de nuestros propios estados emotivos, comenzamos a ver cómo vivimos en medio de nuestro mundo, el mundo de nuestras ideas, sentimientos, valores, juicios, temores, todos ellos en buena parte frutos de nuestra propia creación. Lo que sea que pensamos o sentimos, aun en lo más profundo de nuestro ser, se convierte en un hecho material de experiencia en nuestro sueño. Seguramente es a este universo interior que se refiere la religión al hablar del cielo y del infierno. Encontrar un equilibrio, el dominio o la armonía dentro de este mundo de nuestro propio ser, es la gran empresa de la vida.

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