Identidad y sueños

Tener un sentido de existencia personal diferenciado del de los demás puede ser algo único para los seres humanos y en gran medida se debe al aprendizaje de una lengua. Los estudios de Jung y de Neumann sobre el desarrollo histórico de la identidad sugieren, en un sentido evolutivo, que tener un “yo” es una función recientemente adquirida. Ese hecho la vuelve vulnerable. Además, en forma muy obvia, es algo que se desarrolla durante la infancia y alcanza distintos niveles de madurez durante el período adulto. Si bien es nuestra experiencia central, continúa siendo un enigma, algo frágil y ligero que se pierde a sí mismo en los sueños y cuando dormimos, y a la vez es dominante y seguro de sí mismo en estado de vigilia.

En los sueños nuestro sentido del yo, nuestro ego, personalidad o identidad, se expresa por nuestro propio cuerpo o a veces simplemente por el sentido de nuestra propia existencia como una observadora. En la mayoría de los sueños nuestro “yo” pasa por una serie de experiencias, tal como lo hacemos en estado de vigilia, viendo cosas con nuestros ojos físicos, tocando con nuestras manos, y así sucesivamente. Sin embargo, ocasionalmente contemplamos nuestro propio cuerpo y el de otras personas como desde un punto separado de conciencia incorpórea. Si aceptamos que retratan en imágenes nuestra concepción de nosotros mismos, los sueños sugieren entonces que nuestra identidad depende en grado considerable del hecho de tener un cuerpo, su género, salud, calidad, la posición social en la cual nacemos y nuestra relación con los demás. De hecho sabemos que si una persona pierde su trabajo, puede sufrir una crisis de identidad. Sin embargo, la experiencia incorpórea del yo señala la posibilidad humana de sentir el yo como algo con una experiencia separada de los procesos biológicos, de nuestro estado de salud y de nuestra posición social. En su forma más desnuda el “yo”, puede ser simplemente un sentido de la propia existencia sin que exista conciencia del cuerpo.

Los sueños muestran además nuestro sentido de nosotros mismos, sea en el cuerpo o sin él, como rodeado de una comunidad de seres u objetos separados del soñante, a menudo con voluntad propia. Si colocamos al soñante en el centro de un círculo y ponemos a su alrededor todos los personajes, animales u objetos de su sueño, y si transformamos estos objetos y sueños en las cosas que expresan, como sexualidad, pensamiento, voluntad, emociones, intuición, presión social, etc., veremos la masa diversificada de influencia en cuyo centro se encuentra el ego. Resulta obvio asimismo que nuestro “yo” ve estas cosas como exteriores a él en la mayoríade los sueños. Aun sus propios impulsos interiores de amar o de hacer el amor pueden mostrarse como criaturas externas con las que tiene una cantidad de formas de relacionarse. Si tomamos la palabra “psiquis” como equivalente a nuestro sentido de nosotros mismos, con frecuencia la vemos en conflicto con las fuentes de su propia existencia e intentando hallar su camino a través de la más extraordinaria de las aventuras, la aventura de la conciencia. Una de las funciones de los sueños puede ser, por lo tanto, la de ayudar a sobrevivir a la psiquis cuando debe encarar la infinidad de influencias en la vida, y aun en la muerte.

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